En el lugar más lejano de la tierra vivía Norma, era una persona que le gustaba tener los pies sobre la tierra. Y digo esto porque donde ella vivía a todo el mundo le gustaba volar, o por lo menos intentarlo. Norma pensaba que volar era una pérdida de tiempo y que nunca aprendería nada con ello. Sin embargo tenía un montón de amigos, de compañeros incluso familia que le animaban a hacerlo. Pero Norma seguía en sus trece. La gente, como es normal, hablaba de su situación. Había varias versiones: Unos decían que no había conocido a la persona perfecta que le anime a volar, otros que no ha encontrado un objetivo en su vida que le empuje a ello.
En el fondo ella pensaba que no debía ser tan malo eso de volar ya que todo el mundo sonreía cuando contaba que lo había hecho.
Pasó el tiempo y apareció en su vida una persona muy especial para ella. Se llamaba Daniel, era muy juguetón, divertido, gracioso y sobretodo cariñoso. Era su hijo.
Daniel sería sin duda la personita que le podría acompañar en su camino por intentar volar. Pasó una noche dándole vueltas, cavilando que se sentiría y si a lo mejor volar con Daniel podría ser divertido y enriquecedor.
A la mañana siguiente cogió en sus brazos a Daniel y sitió algo muy especial y que no había sentido nunca, una sonrisa iluminó su cara. Cerró los ojos y comenzó a volar, a soñar y a fantasear sobre un montón de cosas que podrían vivir Daniel y ella. Han pasado 10 años y Norma aún no ha aterrizado desde ese día.
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